AUTORRETRATO

 

Nací el veinticinco de diciembre de 1976, en la provincia de Salamanca. Mi madre siempre explica que fui el niño más puntual del mundo, nací al mismo tiempo que sonaban las ocho de la mañana en el reloj del pasillo del hospital, algo que aún conservo hoy en día, no soporto los retrasos. También dice que siempre fui el niño menos complicado del mundo pero me temo que eso lo perdí hace tiempo.

Soy el mayor de dos hermanos, un papel que, de alguna forma, ha marcado también mi carácter. Una amiga mía me definió una vez como un alma antigua que entiendo es la forma educada de decirme que, a veces, soy un viejo cascarrabias. Sea como fuere, desde pequeño fue evidente que no disfrutaba de jugar en la calle, ni con camiones y pistolas como otros niños. Mis juguetes favoritos siempre fueron aquellos que podían contarme historias y que me permitan crearlas en mi mente sin interferencias de nadie más, los libros.

Durante mis años de adolescencia me convertí literalmente en un ratón de biblioteca. Tanto mi familia como mis amigos sabían siempre donde encontrarme, en parte también porque, por aquel entonces, tan solo teníamos tres bibliotecas en Salamanca aunque, eso sí, muy dignamente aprovisionadas de todo tipo de material bibliográfico. Enyd Blyton y sus aventuras de los cinco dieron paso a Tolkien y su señor de los anillos y de ahí a toda la literatura fantástica que podía encontrar. Pronto fue la ficción histórica la que llenó mis días y mis noches y ya nunca más la abandoné, pero siempre salpicada por historias ligeramente más oscuras de esoterismo, brujería y ocultismo. Yo no lo sabía, pero la base del escritor que sería acababa de definirse.

La universidad me recibió convertido en el típico orgullo de familia, un muchacho que sacaba excelentes notas y que, como era casi tradición en Salamanca, debía convertirse en médico, la joya de las facultades salmantinas junto con derecho. Nunca me gustó, nunca me interesó, pero fue necesario para que, fiel a mi carácter, pusiese el pie en el suelo y le gritase al mundo que me negaba a hacer lo que se esperaba de mí, que yo escogería mi camino. A pesar del drama familiar puse medicina en la papelera y comencé estudios de biología con una clara intención, convertirme en científico y salvar al mundo. ¡Ahí es nada! Todo el mundo tiene derecho a soñar. Si hay algo que me define es que soy una persona con un tesón de acero y así acabé enrolado en un laboratorio del Centro de Investigación del Cáncer donde se me dio la oportunidad de hacer un doctorado en microbiología y genética moleculares. Los años más duros de mi vida y los más bonitos. Mi director de tesis se pasó seis años repitiéndome su frase favorita, una que no me ha abandonado nunca. Que la suerte te pille trabajando. Creo que de alguna forma se convirtió en un leitmotiv recurrente en mi vida post-doctorado.  Aquellos años también pasaron y pronto fue evidente que era necesario un punto de pragmatismo. La situación global del mundo científico hacía imposible soñar con una vida estable, con un sueldo decente y sin tener que dejar de dormir pensando en el mañana, era necesario buscar otro camino. Y así fue como la vida me llevó hasta la industria farmacéutica donde he pasado ya más de diez años en diferentes puestos de gestión de calidad para las compañías del sector más grandes a nivel mundial. Un trabajo que, no sólo me gusta, sino que me ha permitido darle un sentido a todo lo que un día concebí para mi carrera. Pero siempre faltó algo.

Mi trabajo me llevó a vivir a Barcelona y mi vida cambió para siempre. Barcelona se me clavó en el corazón como una saeta y, a pesar de que mi tiempo allí me hizo pasar por la experiencia de un divorcio, nunca fui más feliz. Barcelona me dio una nueva forma de ver la vida, nuevos amigos y un nuevo amor. Conocí a Miquel poco después de separarme de mi primer esposo cuando ni siquiera pensaba en reconstruir mi vida sentimental pero, como casi todo en mi vida, las mejores cosas son inesperadas. Fue entonces cuando empecé a esbozar las mentiras del cielo. Llevaba muchos años obsesionado con la figura de Lucifer y con lo poco que sabemos del mito y su origen más allá de lo que nos ha contado la iglesia católica. Y así fue como surgió la idea, preguntándome cómo sería la historia si él pudiese contar su versión.

La vida dio una vuelta más de tuerca y pronto Miquel y yo nos encontramos viviendo en países diferentes, él en Reino Unido y yo en Barcelona. Durante un tiempo pudimos sobrellevarlo con viajes cada fin de semana en una dirección u otra, pero pronto fue evidente que aquello no era sostenible. Así que, a mi manera habitual, dejé mi trabajo y mi vida en Barcelona y lo empaqueté todo para empezar una vida nueva en Inglaterra. Aquella decisión ha tenido consecuencias que en aquel momento no podíamos prever, nuestros hijos pequeños. Miquel y yo ya teníamos un hijo de veinte años fruto de un matrimonio anterior de Miquel pero que aún vivía (y vive) en Barcelona, pero Reino Unido nos dio la oportunidad de adoptar a dos pequeños que se han convertido en la única y absoluta luz de nuestros días.

La mentirás del cielo me llevó casi cinco años. Pronto fue obvio que no es sencillo compaginar la carrera de escritor con un trabajo a tiempo completo y una familia, pero, una vez más, el sueño me hizo persistir y finalmente en Junio de 2018 la novela vio la luz.

A medida que han pasado los años, he acabado por comprender que si soy quien soy  y soy como soy es en gran parte gracias a los muchos autores que han llenado mis sueños con sus historias. Son sus voces las que han hecho que quisiera hacer oír la mía propia. Por eso cuando tuve que dedicar el libro quise incluir a mis tres autoras favoritas junto a mi familia porque, para mí, son en cierta forma parte de ella, simplemente porque sus palabras son parte de mí.

El viaje sólo acaba de comenzar.